Salvarnos todos

Por Ileana Hera
Yolanda Rodríguez sintió mucha pena al enterarse de la noticia. Sus vecinos, personas muy queridas en la cuadra, andaban como locos porque el pequeño Alejandrito había enfermado de repente.
El malestar general, una ligera erupción en la piel y la fiebre, le habían apagado la sonrisa y la voluntad por estar siempre haciendo travesuras.
Todos se preguntaban cómo había podido contraer el dengue. La presencia de mosquitos no era perceptible por allí, y aparentemente, todo estaba limpio. A nadie se le ocurrió que el jarrón donde la abuela ponía flores a su difunto esposo podía ser un criadero idóneo, tampoco se percataron de que el tanque de agua potable del amigo Manuel tenía la tapa rota y qué decir de la cisterna de la vivienda contigua.
Para sorpresa de los vecinos, días antes había sido detectado un foco de mosquitos Aedes aegypti en el área y ni siquiera lo sabían.
Lo cierto es que el problema estaba latente a pesar de los tratamientos adulticidas, pues otras acciones antivectoriales no resultaban efectivas ante la falta de percepción de riesgo entre los habitantes del barrio.
Algunos hacen bien el autofocal, pero con ello no quedan exentos de enfermar, porque otros no saben ni en qué consiste, e, incluso, varios intentan impedir a toda costa que les fumiguen la vivienda, de manera irresponsable, mientras alegan "bastante suciedad hay en los microvertederos y qué decir de las tuberías rotas por tiempo indeterminado".
A muchas personas parece no preocuparles que este vector, muy doméstico, considerado la única vía de transmisión de la infección por dengue, se reproduzca en recipientes artificiales en sus viviendas o en los alrededores, mientras solo piensan en lanzar la culpa de ello a otros.
Este virus se puede encontrar en la sangre de una persona después de los cinco o seis días de haber sido picada por un mosquito infectado, lo cual coincide aproximadamente con el tiempo en que los primeros síntomas de la enfermedad se desarrollan, y a partir de ese momento, y durante los próximos cuatro o cinco días, el individuo está infectado para el vector que lo pique.
Es importante tener en cuenta que después de un período de incubación de dos a 15 días, generalmente de ocho a 11 días, la hembra es portadora del virus y continúa infectada para el resto de la vida, con la posibilidad de transmitir la enfermedad cada vez que pique a un nuevo ser humano.
Por ello no podemos perder de vista que al cierre de la primera quincena de marzo los municipios de Venezuela, Morón y Ciego de Ávila resultaron los que tienen más comprometida su situación higiénico-epidemiológica con índices de infestación muy por encima del permisible.
La realidad es que reina el desorden ambiental y el riesgo de enfermar nos obliga a darle la importancia que merece el tema, y ser rigurosos cuidando de nuestra salud para evitar un triste desenlace semejante a aquellos meses del año 1981 cuando Cuba sufrió el mayor contagio por dengue, incluso, hemorrágico.
La epidemia costó al país unos 103 millones de dólares, con 344 203 casos, de ellos 10 312 fueron hemorrágicos, con 158 personas fallecidas, de las cuales 101 fueron niños como Alejandrito, ese pequeño que ahora es atendido por nuestros galenos.
Los protagonistas de esta historia podemos ser todos. El peligro es inminente ante el incremento del número de infectados y la cercanía del período lluvioso. La situación impone que extrememos las medidas, sobre todo realizando el autofocal y estimulando a quienes nos rodean a que lo hagan con el único fin de salvarnos todos.
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