Cuito Cuanavale: Cirugía en campaña

Por Héctor E. Paz Alomar Foto: Nohema Díaz
• El doctor José Miguel Hernández Hernández, especialista en Cirugía general, recuerda los días que, en Cuito Cuanavale, Angola, lejos de su Patria y en condiciones adversas, tuvo que aplicar sus conocimientos para mitigar el dolor de las heridas
Confiesa que desde la infancia la Medicina había ganado un soldado más. Galenos amigos de la familia y otros que en su Yaguajay natal prodigaban salud, fueron cómplices en estimular el interés del niño, al que cariñosamente llamaban Papito. No olvida el instante en que bajó la escalinata de la Universidad de La Habana con su flamante título y la felicidad retratada en su moreno rostro.
"Pude haber elegido otra carrera. Tuve buen recorrido en el preuniversitario. Me incitaban a prepararme como profesor de Educación Física, pero siempre antepuse un rotundo ¡No!, en defensa de mi vocación de siempre. Lo más bonito fue el apoyo mostrado por mis padres."
Fue ubicado como médico militar en la provincia de Ciego de Ávila, en el Ejército Juvenil del Trabajo, donde laboró durante un trienio. Más adelante hizo la especialidad de Cirugía general en la Facultad de Ciencias Médicas avileña. Desde entonces, no ha dejado de prepararse.
Un buen día del año ’86 le dieron la noticia de su selección para cumplir una misión internacionalista en Angola. "Imagínese, no hubo sorpresa, pues lo deseaba, ya que una docena de miembros de mi familia ya lo habían hecho, algunos de ellos, en dos ocasiones. Yo fui de los últimos. Sentí que aportaba algo más a mi gente. La alegría fue colectiva.
"Con la preparación no afronté dificultades; prácticamente la hacía todos los años, incluso, pasé la Escuela para oficiales, entonces era teniente de la reserva. Llegué a Angola en plena guerra contra los sudafricanos. Fui ubicado en el hospital Luis Hernán Soca, un médico que había caído en Cangamba, centro asistencial para heridos convalecientes.
"Yo no tenía experiencias en tratar a lesionados de guerra, y para familiarizarme hacía guardias en la base hospitalaria y atendía a todo tipo de pacientes; también realizaba viajes como parte de una comisión de la Misión militar cubana. Como cirujano, visitaba a los lesionados en recuperación y en otras fases."
El doctor Hernández precisa que llegó al frente de forma paulatina. Estuvo en Menongue, transitoriamente, que es una zona cercana a Cuito Cuanavale. "Cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro dio la orden de comenzar el traslado de fuerzas hacia Cuito, para frenar la osadía de los sudafricanos, yo estaba en Menongue. Salí en la segunda caravana. Me situaron en un hospital de campaña en el que permanecí desde febrero hasta junio de 1988."
En ese tiempo hubo varios combates muy fuertes, incluido el del 23 de marzo, fecha en que se produce la victoria de las tropas combinadas de las Fuerzas Armadas Populares para la Liberación de Angola (FAPLA), y las cubanas.
"El hospital estaba soterrado, pero en ese lugar conocimos y sentimos el asedio de la artillería enemiga. Aquello era todos los días, sobre todo a partir de las 4:00 de la tarde. Oiga, nos caían a cañonazos. Incluso, llegamos a tener un pequeño museo con incontables muestras de los proyectiles. Nunca vi a los artilleros del bando contrario. Estaban muy lejos. Pero su armamento tenía un alcance de 45 kilómetros.
"En esas duras condiciones le brindamos asistencia quirúrgica, tanto a los combatientes angolanos, como a los nuestros. La experiencia adquirida en las bases hospitalarias me sirvió de mucho. También la estancia en Menongue, donde atendí a un grupo mayor de heridos; pero en el nuevo teatro de operaciones tuvimos que enfrentarnos a un reto superior, dada la gran cantidad de lesionados.
"El salón de operaciones era un contenedor, también soterrado; yo era el que más experiencia tenía desde el punto de vista quirúrgico y había que estar listo para resolver cualquier tipo de situación. Y fueron muchas: la guerra provoca daños muy grandes en los seres humanos, deforma los cuerpos; nunca antes había visto algo similar; y tampoco los tres o cuatro enfermeros jóvenes que me auxiliaban, que tenían que atender a sus propios compañeros.
"No salíamos de una impresión para entrar en otra. Pero todos nos sobrepusimos. Era poco el tiempo y había que decidir lo correcto, pues a cada instante tenías en tus manos a personas con traumas graves, a veces, incompatibles con la vida. El trabajo era muy intenso. Recuerdo días de comenzar a operar a las 8.30 de la noche y salir del salón pasadas las 5:00 de la madrugada."
Hace un alto en la progresión de los recuerdos. Las imágenes de entonces se mantienen nítidas en su memoria. "Quiero decirle algo de unas compañeras, cuatro, que laboraron con nosotros. Y esto, sin romanticismo alguno. Fueron brillantísimas: Celia, una asistente dental que hizo de todo, desde clasificar heridos hasta identificar grupos sanguíneos; Odalis y Adelaisis, residentes en Anestesiología, y la doctora Juana: ellas realizaban cualquier tarea; sin chistar y bajo cualesquiera condiciones."
Apunta José Miguel que por las características de su profesión el miedo no tiene cabida, aunque a veces se sienten sensaciones que uno elimina bien rápido. "En una ocasión, un proyectil nos rompió la lona y los frascos de suero que había en el salón. Tuve solo el tiempo preciso para sacar de allí al herido y trasladarlo hacia otro salón para continuar su atención."
Agrega que ellos siempre estuvieron muy informados, pues recibían noticias con cierta frecuencia, sobre todo, del seguimiento que desde Cuba le daba Fidel a las acciones combativas y del estado de las tropas, mensajes que les hacían llegar desde la Sección Política y los Servicios Médicos. "La información de la victoria causó gran alegría entre todos nosotros. Una vez más triunfaba la razón y la verdad sobre la injusticia. Los sudafricanos quedaron totalmente desmoralizados."
Después permaneció un mes más en el hospital de campaña; luego regresó a Luanda, a la Unidad militar a la que pertenecía, y en junio de 1988 regresó a Cuba. Tras unas breves vacaciones, se incorporó a su trabajo en el Hospital Provincial Docente.
En la actualidad tiene 58 años. Mantiene la misma sonrisa de los tiempos juveniles: y también el optimismo que lo caracteriza. Transmite sus experiencias a los alumnos que atiende como profesor instructor de la especialidad de Cirugía general. "A ellos, además de las cuestiones básicas, les hablo mucho sobre la ética, del rigor profesional, de la entrega diaria; les recalco la importancia de su constante preparación y, sobre todo, de los valores y la solidaridad con sus semejantes."
Es miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) y activo participante en su asociación de base Silvestre Chávez. "En la ACRC, que este año cumple su vigésimo aniversario, tengo una fuente de conocimientos inmensa, pues me nutro de las experiencias de compañeros de otras generaciones anteriores a la mía; en la zona de residencia, ayudo a que conozcan más de los padecimientos, al igual que en mis funciones como integrante de la Comisión provincial médica que los atiende."
Profesa amor al terruño avileño, "donde vivo hace 35 años, comencé mi vida profesional, aquí tengo a mi familia, a mis hijos José Miguel y Esther; en fin, un acogedor lugar en el que como médico he alcanzado mi madurez. Me siento realizado desde todo punto de vista, no aspiro a mucho, sino a seguir siendo útil a los demás, a ser continuador de las enseñanzas de mis padres y a continuar preparándome más cada día.
"Creo que en mí queda mucho del ’Papito’ aquel que en su Yaguajay natal empinaba chiringas, tiraba piedras, a la vez que era alegre, juguetón, estudioso, que un día hizo realidad el sueño de su vida y que hoy, sin atisbos de egoísmo, cuida de su salud para seguir ejerciendo su profesión y servir a la Patria donde sea necesario."
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